En 1924 André Breton, líder del movimiento, lo define como "el dictado de pensamiento carente de todo control ejercido por la razón y fuera de toda preocupación estética o moral".
El origen del surrealismo es literario, pero lo trasciende para convertirse en una actitud ante la vida, crítica y a la vez constructiva. En los años siguientes, Breton, Aragon y Soupault se reúnen con frecuencia en casa de Apollinaire y participan de las actividades del dadaísmo. De éste, toman la importancia del azar y el sentido de rebeldía, pero rechazan su carácter negativo y destructivo. En conversaciones posteriores, Breton y Eluard inciden en la exploración del inconsciente y la imaginación, en el método de la escritura automática y en el estudio de las teorías del psicoanálisis de Freud.
La declaración de intenciones del grupo aparece en 1924 en el Manifiesto Surrealista de Breton, al tiempo que se inicia la edición del periódico La Révolution Surréaliste. Defienden la inconsciencia, el sueño y la locura, e inauguran en 1925 la primera exposición del surrealismo en la Galería Pierre de París, con obras de Arp, Ernst, Ray, Klee, de Chirico, Masson, Miró, Picasso y Pierre Roy.
La transposición del inconsciente a las artes visuales garantiza la libertad de estilo de sus integrantes. Miró y Max Ernst llevan el automatismo psíquico a la pintura, siendo los signos susceptibles de numerosas interpretaciones. Magritte y Dalí se decantan por un arte figurativo de escenas insólitas a veces plagadas de ambigüedades. La defensa de la libertad, en el más amplio sentido, dificulta por una parte los planteamientos políticos de algunos de sus miembros a fines de los años veinte, época en que el movimiento sale de las fronteras de Francia; pero propicia el nacimiento del expresionismo abstracto, al tiempo que posibilita otras manifestaciones posteriores como el arte pop o el arte povera.
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